lunes, 1 de marzo de 2010

La fiesta Cristiana. Anotaciones complementarias a "Una teoría de la Fiesta" de Josef Pieper






Lo primero que genera este pequeño y sugerente libro que Josef Pieper publicó en 1963 es la sensación de evanescencia, de un objeto que amenaza siempre con mostrarse pero nunca lo hace, como las olas que rompen en la costa y tan luego desaparecen.
El autor nos demuestra (gracias a valiosísimos documentos. El lector de la obra recordará lo dicho en el anteúltimo capítulo sobre la festividad robesperriana y la Revolución Francesa) que en estos tiempos nihilistas que corren, la única concepción real de fiesta que puede existir dentro de una comunidad es la fiesta de la comunidad cristiana. Pero ¿Qué quiere verdaderamente decir esto?... el autor jamás lo aclara, supone que cada uno de sus lectores ahondará dentro de sí (lo cual supone un lector anticipadamente cristiano) en cuanto al intrínseco significado de la fiesta cristiana.
Quedarse en lo meramente descriptivo, en la anotación del que desde afuera observa la celebración de un culto, es quedarse apenas en lo anecdótico, en la circunferencia de la esfera, cuando hablar en serio de la fiesta cristiana significa ahondar en sus aspectos y misterios intrínsecos (1).
La descripción objetiva, que nos hace el autor, que adopta una posición más bien objetiva, de historiador, nos muestra ese único remanente de lo festivo que significa la religión cristiana, celebrada por una comunidad organizada con una finalidad (teleología) específica, en comparación con un mundo perdido en lo amorfo, cuyo carácter festivo entra en confusión con la orgía, el caos y el despilfarro.
Ahora bien ¿En qué consiste esa fiesta organizada por un grupo de personas (Ecclesia) que persiguen una misma finalidad? ¿Cuál es su aspecto intrínseco, aquel que sólo los participados a la fiesta pueden conocer y compartir más allá del carácter externo que puede tener a los ojos de todo el mundo?
La respuesta está en el cuerpo que organiza y consuma la fiesta cristiana: la Iglesia; el cuerpo de cristianos que a través de la Santa Cena forman parte del Uno Indiviso manifestado en la Santísima Trinidad: el gran Misterio del Amor de Dios a los hombres, que significa que aquel aceptó a Jesús como Señor y Salvador; aquel que, por pertenecer a la Comunidad (Ecclesia) come la carne de Jesús y bebe su sangre, éste posee al Espíritu Santo; Espíritu que pertenece a la Tercera Persona de la Trinidad y que hace que el participado forme parte de la Trinidad del Dios Uno, o, como diría el neoplatónico Proclo, de la Unidad Unitiva del Uno.
¡Cómo elogiar la festividad cristiana frente a la orgía pagana sin mencionar esto! Nos llama más aún la atención el origen transubstanciacionista de Josef Pieper: el autor es católico; omisión que más fácilmente podría ocurrir en un autor perteneciente a la iglesia reformada de Zuinglio, y las desviaciones modernas que devinieron del anabaptismo (2).

¿Qué es, entonces, la fiesta cristiana? Desde un principio Jesús conoció que el objetivo final de su venida era re-unir a todos sus hijos en Él.
Ya el apóstol Juan en el capítulo 17 de su Evangelio nos mostraba a Jesús orando ante sus discípulos, intercediendo por ellos ante el Padre, y pidiéndole una y otra vez que toda la gloria que Dios le había dado a El se la diera a ellos, que allí donde El estuviera, ellos fueran con El, y que así como Jesús era Uno con el Padre, ellos fueran Uno con el Hijo y el Padre.
Otro de los principales misterios de la festividad cristiana, es el que menciona Lutero: “Este es el misterio de las riquezas de la gracia divina por los pecadores; porque por un maravilloso cambio nuestros pecados son ahora no nuestros sino de Cristo, y la justicia de Cristo no es suya, sino nuestra”.
Sólo aquel que haya participado radicalmente (en espíritu y en verdad) alguna vez de la Santa Cena, de la Unión Indivisa que Dios tiende hacia nosotros, de la maravillosa “sustitución que Dios emprende a favor nuestro” (Kart Barth), puede comprender el verdadero sentido de estas palabras. Y éste don sólo es otorgado al que cree y al que participa en la Comunidad (Ecclesia): es allí donde ocurre y se consuma la fiesta del Nuevo Pacto (el pacto testado con la sangre y el cuerpo de Jesús, nuestra Santa Cena).
“En cada Eucaristía estamos allí: estamos en la noche en que fue traicionado, en el Gólgota; ante el sepulcro vacío, el día de Pascua, y en el cenáculo, donde se apareció; y estamos en el momento de su venida, con ángeles y arcángeles y toda la compañía de los cielos, en el pestañear de un ojo, al último sonido de la trompeta. La comunión sacramental no es una pura experiencia mística frente a la cual, como incorporada en la forma y materia del sacramento, la historia sería en última instancia irrelevante; está vinculada a una memoria corporativa de los acontecimientos reales. La historia ha sido elevada a lo suprahistórico sin cesar de ser historia” (C.H. Dodd).
A su vez, esta unión hipostática de Dios con nosotros y de nosotros con Dios, se nos manifiesta en las palabras del predicador, en las canciones que cantamos, en las faltas que confesamos interiormente, en la convicción de pecado y el anhelo de justicia que sentimos: en la celebración del culto, no es el predicador el que habla, sino Dios a través de él, y no somos nosotros los que cantamos y participamos, los conscientes de nuestro pecado, sino el Espíritu Santo que opera en nuestro interior. Es el Espíritu que gime dentro nuestro, y que nos hace confesar: Ven, Señor Jesús (Apocalipsis 22:20).
Este milagro (participar en la Unidad de Jesucristo) que constituye la misma génesis y perdurabilidad de la comunidad cristiana, allende los cambios epocales por los que pasa el hombre, es la verdadera fiesta cristiana, la celebración en la que el creyente puede estar confiado que formará parte (virtual y física) de ella hasta que la última y gran fiesta termine de reunir a todos en Todo.


NOTAS

(1) No es nuestra intención meternos en la eterna discusión de los estudiosos tradicionalistas (Guénon a la cabeza) entre lo exotérico y lo esotérico de las religiones. Esa discusión es válida para todas las religiones del mundo menos para la cristiana. El cristiano sabe, por medio de la fe, que por aceptar a Jesucristo y Su Sola Gracia, está salvado para siempre de lo exotérico (los hábitos comunes- vulgares- de los feligreses en la celebración religiosa) y de lo esotérico (los conocimientos y luces solamente dados a los iniciados, a la élite, previamente seleccionada vaya uno a saber por qué clase de demiurgo); que su sola profesión y acción cristiana lo eximen de justificarse delante de los fundadores de religiones y sabios de este mundo.

(2) Bautistas y pentecostales se caracterizan por considerar el Pan y el Vino como símbolos, no como Presencia Viva de Jesucristo- Lutero-, ni como Carne y Sangre del Redentor- teología católica-.